Mañana hay una boda en Londres. Dos personas que se quieren han decidido vivir juntas el resto de sus vidas y sellar su unión en una ceremonia religiosa para dar testimonio de su voluntad de quererse. No tendría nada de noticioso, porque hay gente que se casa y que se quiere todos los días, si no fuera porque el contrayente es nieto de la reina Isabel II y futuro rey cuando le toque.
Guillermo y Catalina se casan, y ojalá sean muy felices. Lo más importante de todo esto es que se quieren. Que pudiendo elegir cualquier otra persona para amar, se han elegido ellos mismos. Puede que quizá por eso sean felices, y no como los padres del contrayente. Uno tardó décadas en poder casarse con la mujer que amaba porque cuando le tocó, ella no era virgen, y la futura reina de Inglaterra tenía que serlo.
Pobre Camila y pobre Carlos. Y pobre Diana, a la que un médico tuvo que reconocer antes de su boda para certificar que no había conocido varón.Como en las bodas gitanas, pero a priori. Y pobre Diana porque la realidad de su matrimonio fue que el esposo quería a otra mujer y a ella la utilizó para dar herederos a la corona. Y acabó como acabó: estrellándose a doscientos por hora al lado de su amante cuando iba en busca de la felicidad.
Mañana hay una boda en Londres. Un futuro rey se casa con una licenciada universitaria que cuando pronuncie sus votos prometerá amar, confortar, honrar y guardar a su marido, pero no obedecerlo. Será un gasto para la corona y los contribuyentes. Será un negocio para los fabricantes y vendedores de recuerdos made in China.
Será un empalago hasta la náusea para quienes tengamos que escuchar a una legión de comentaristas analizando vestuarios y gestos. Será, en el fondo, la repetición de un rito antiguo como la Humanidad. Te quiero, yo te quiero también y que sepa todo el mundo que nuestra voluntad es querernos siempre. Dure lo que dure ese siempre.
Pobre Camila y pobre Carlos. Y pobre Diana, a la que un médico tuvo que reconocer antes de su boda para certificar que no había conocido varón.Como en las bodas gitanas, pero a priori. Y pobre Diana porque la realidad de su matrimonio fue que el esposo quería a otra mujer y a ella la utilizó para dar herederos a la corona. Y acabó como acabó: estrellándose a doscientos por hora al lado de su amante cuando iba en busca de la felicidad.
Mañana hay una boda en Londres. Un futuro rey se casa con una licenciada universitaria que cuando pronuncie sus votos prometerá amar, confortar, honrar y guardar a su marido, pero no obedecerlo. Será un gasto para la corona y los contribuyentes. Será un negocio para los fabricantes y vendedores de recuerdos made in China.
Será un empalago hasta la náusea para quienes tengamos que escuchar a una legión de comentaristas analizando vestuarios y gestos. Será, en el fondo, la repetición de un rito antiguo como la Humanidad. Te quiero, yo te quiero también y que sepa todo el mundo que nuestra voluntad es querernos siempre. Dure lo que dure ese siempre.
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