sábado, 19 de marzo de 2011

Soltera a los 30

Lo peor de tener treinta y pico y estar soltera, no es estar soltera en sí misma.
Convivir con la soltería es algo que elegimos o a lo que nos adaptamos a diario. Con sus ventajas, que varias veces proclamamos ante nuestras amigas casadas, o las desventajas que lloramos en soledad un sábado por la noche.

Lo peor de esta soltería tardía no son las noches sin compañía en casa mirando un DVD, sino todos esos compromisos sociales a los que uno tiene que acudir sola, una vez tras otra, para que los demás nos miren, nos envidien o nos compadezcan, reafirmándonos de una manera casi impiadosa que no sólo somos casi la única que esta sin compañía sino que en situaciones como esta parece casi imposible dejar de estarlo.
Casamientos, cumpleaños, bautismos, comidas familiares. Año tras año se van sumando simples eventos que regocijan a los implicados, y nos hacen pasar por una cadena de sentimientos que comienza en el nerviosismo, sigue por la ilusión, la incomodidad, la desesperanza, el aburrimiento y casi siempre culmina con el día siguiente internada en la cama comiendo todo lo que está al alcance de la mano, sintiéndonos más gordas y más patéticas cuando hayamos finalizado.

La realidad es que cuando uno está en los treinta y algo suele estar rodeada de la mayoría de sus amigas y amigos casados, quienes se empeñan en querer conseguirnos una pareja inmediatamente después de estarnos contando por horas sus infortunios matrimoniales. Lo cual no es muy alentador. La vida entonces hace que uno empiece a juntarse menos, porque las parejas casadas se juntan con más parejas casadas, para hablar: ellas mal del marido, de la mucama, de la vida en el country, del colegio, de los trajes que hicieron para el último acto escolar, de las cosas que hacen los hijos: desde el primer balbuceo hasta el último vómito contado con el más íntimo detalle de manera monótona y hartante sobre todo para los que no estamos ni nos interesa el tema; ellos de fútbol, del trabajo, de lo que no aguantan de las mujeres o la última teta que vieron en televisión. Entonces una empieza a desencajar, desde lo que tiene para contar hasta lo que tiene puesto.

Pero inevitablemente debemos seguir acudiendo a las fechas importantes. Ahora, antes que nada, seamos en este punto sinceros. Como el círculo se va cerrando, la mujer soltera va encontrando a su vez menos posibilidades a su alrededor de conocer a alguien después de mil intentos frustrados por citarnos fozosamente con los amigos de nuestros amigos que ya fueron presentados a otras amigas y otras amigas, y termina siendo siempre el mismo porque es el único que queda. A menos que una empiece (como siempre sugieren las psicólogas y las amigas de la casita de sueños que siguen esforzándose por incluirnos en su clan) clases de gimnasia, canto, teatro, otra carrera o cualquier tipo de curso que te haga sociabilizar y “abrir tu círculo”, la tarea de encontrar una pareja parece cada vez más una maratón imposible.
Así que los eventos sociales siempre pueden ser una pequeña puerta abierta para conocer a alguien. No necesariamente a un hombre, sino a alguien también que luego pueda presentarnos a alguien, o más gente con la que simplemente poder compartir algo distinto a charlas familiares y rutinas escolares.

Igualmente cada tipo de evento es distinto. Si es un cumpleaños de alguien que ya es muy amigo, y vamos todos los años, lo más probable es que las posibilidades de conocer a alguien se reduzcan al 2%. Ya sabemos que vamos a encontrarnos con los mismos conocidos y sospechosos de siempre. Y si hubiese alguien nuevo, ya nos lo hubiesen querido presentar. Sabemos de antemano que estaremos en esa situación incómoda de boyar solas por la reunión tratando de entablar conversaciones de paso e insustanciales con unos y con otros, sobre como fue el último año y su vida. Que más de una vez nos encontraremos sentadas solas en un sillón mirando como si nada sucediera, y rogando internamente que alguien venga a rescatarnos. Pero siempre podemos irnos cuando queremos, y la peor situación en una reunión así puede ser estar sola un rato o en un grupo en el que fingimos interés por lo que están charlando, pero en realidad sólo queremos estar acompañadas y no ser el centro de las miradas ajenas bajo el spot de luz con el letrero de neón que diga: sí, acá estoy sola.

Los peores eventos son los casamientos, o mega fiestas del estilo que incluyen mesas, baile y juegos. Y esto va más allá de que pueda o no haber potenciales candidatos. La situación no deja de ser incómoda de principio a fin, porque nunca deja de ser un momento de soledad o parte de un trío patético armado por una pareja de amigos que se compadece de tu situación, y en la que sabemos que estamos de más. En la iglesia estás sola. En la llegada al salón, tratás de llegar un poco más tarde para no estar parada sola como una pelotuda. Cuando te das cuenta que en realidad no hay ni un posible hombre que pueda gustarte, sabés que la noche no sólo esta perdida, sino que va a ser un eterno sufrimiento. Cuando todos salen a bailar te quedas sentada en la mesa con cara de “no me gusta bailar” pero no dejás de mover el pie al ritmo de la música. Y si no estás bailando sola en la pista, mientras unos y otros se agarran de las manos y siempre te sentís un poco abandonada, otro poco fuera de lugar. Igual, no hay momento de mayor ridiculez que cuando a una desactaulizada se le ocurre seguir con la mítica ceremonia de las ligas y te insisten para que vayas al centro del salón, ya sintiéndote totalmente amargada, triste y patética a que te pongan la liga y terminen de sellar y comunicarle hasta al último que no sabía de la fiesta que: sí, tenés treinta y pico y estas soltera. Todo esto queda coronado con la torta de amenazantes anillos, y por supuesto registrado en las miles de fotos que te condenan para siempre con las sentencia definitiva: La última soltera. ¿Por qué al menos no nos dejan quedarnos al margen, escondiditas tras una columna y comiendo canapés? Tengo que reconocer que a los últimos casamientos en los que sabía de antemano que esta iba a ser la situación, ni siquiera fui. Porque uno también puede elegir la situación de estar sola bajo una frazada mirando televisión…pero sin quedar en evidencia.

¡Y ni siquiera quiero entrar en el detalle de la preproducción! Tantos esfuerzos, probadas de ropa, maquillaje, peinados que en lugar de elevarnos la autoestima, al final de la noche, nos ahogan en el lago de Narciso.

El común denominador de cada uno de estos eventos es:
1) una ilusión fugaz nos entusiasma con poder de a poco cambiar nuestra vida y conocer nuevas personas
2) en esta tenue y contenida ilusión siempre vislumbramos la ínfima posibilidad de que también encontremos el amor
3) en la mayoría de las reuniones esta pequeña posibilidad se esfuma apenas cruzamos la puerta
4) cada evento es una pequeña puñalada que hiere nuestra autoestima y seguridad, y anota un nuevo punto en las desventajas de estar soltera
5) siempre nos sentimos incómodas y observadas, envidiadas o compadecidas, pero casi nunca amadas u admiradas
6) y siempre volvemos a casa con una desilusión mayor que con la que partimos

No se si sentimos que la mirada ajena nos juzga, o simplemente le están sacando una radiografía al alma. Seguramente no son ellos, sino nosotras las que nos juzgamos, y los demás sólo se afanan en divertirse. Al fin de cuentas, sólo nosotros nos condenamos. No hay mejor verdugo que uno mismo.

Esta historia es como el huevo o la gallina: si no salimos no vamos a conocer a nadie, pero cuando salimos nos sentimos tan mal que preferimos quedarnos encerradas, y entonces cada vez salimos menos, y tenemos menos posibilidades de conocer a alguien. ¿Cuál es la solución?
No se, pero ahora tengo que dejarlos: ayer tuve un cumpleaños de alguien que no conocía, que prometía música, fiesta y encuentros, pero en la que finalmente todos estaban en pareja, y terminé a las 5 de la madrugada sentada sola en un banco mientras mi amiga bailaba con un niño de 21. Así que estoy preparando torta tibia de chocolate con helado para calmar la angustia post evento. ¿Alguien quiere?

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